RESILIENCIA

Aquel que tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos”

( Fiedrich Nietzche)

La Real Academia Española (DRAE), en su 22º publicación, publicada en 2001 definió la resiliencia como “La capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”, o “la capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación”.

Por un momento, y aunque pueda parecer extraño, la psicología y la ingeniería de los materiales, tenían algo en común, el concepto resiliencia.

El término resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas.

 Es la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido y alcanzando un estado de excelencia profesional y personal. Desde la Neurociencia se considera que las personas más resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés, soportando mejor la presión: “esto les permite una sensación de control frente a los acontecimientos y mayor capacidad para afrontar retos” (Instituto Español de Resiliencia).

La Resiliencia, es “el convencimiento que tiene un individuo o equipo en superar los obstáculos de manera exitosa sin pensar en la derrota a pesar que los resultados estén en contra, al final surge un comportamiento ejemplar a destacar en situaciones de incertidumbre con resultados altamente positivos”. (E. Machacon 2011, Aspectos vividos, Nov-Dic 2010).

Clínicamente se hace una diferenciación neurobiológica entre las personalidades no-resilientes y las pro-resilientes en situaciones de estrés postraumático. En los sujetos no-resilientes o poco resilientes se observan fenómenos llamados de alta call memory. Call memory se define por la frecuencia e intensidad en que se reactiva en la memoria consciente el momento traumático o altamente distresor. Desde la perspectiva clínica, tales reminiscencias traumáticas se pueden presentar como flash-backs o como pensamientos intrusivos, siempre de modo compulsivo.

La investigación neurológica ha demostrado que tales evocaciones del trauma se generan con activaciones autónomas de diversas partes del cerebro, en especial las de la memoria y las de vigilancia, es decir, regiones del cerebro tales como los núcleos de la amígdala, el hipocampo o el neocortex.

Hay personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones adversas, se desarrollan psicológicamente sanas, e incluso salen reforzadas. Muchas veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil, la que nos da la oportunidad de crecer más allá de lo que nunca hubiéramos imaginado, y lo que tenemos que preguntarnos es que tienen de especial todas aquellas personas, que en un momento determinado de sus vidas, sea por la razón que sea, deciden tomar la decisión de elegir, elegir, que quieren seguir, que quieren luchar por lo que de verdad importa, y que siguen creyendo que al final, pese a todo, en la vida, siempre existirán dos opciones, y solo nosotros escogeremos cual es la que decidamos tomar, porque, incluso en esas situaciones en las que tenemos una pérdida de control total y absoluta, “ hasta cuando te estás muriendo, puedes decidir si sigues luchando o abandonas el barco”.

Tenemos opciones de las cosas que nos suceden, tenemos la libertad de elegir una actitud ante cualesquiera que sean las condiciones a las que nos enfrentamos. Es importante que nos demos cuenta de que cómo reaccionemos ante situaciones que no pueden ser cambiadas, depende sólo de nosotros. Pero, sin olvidarnos de que podemos mejorar nuestra capacidad de frustración, el problema no está en el dolor o la frustración que experimentamos, sino en nuestra capacidad para entrenar la misma a través de la educación que recibimos desde pequeños (en nuestro grupo de iguales, familia…). La tolerancia a la frustración es una habilidad que se aprende desde niños, la clave está en que desde pequeños nos vayamos acostumbrando a no tener inmediatamente lo que queremos, a saber esperar, a tener rabietas, porque si ésto no sucede, cuando este niño se convierta en adulto no habrá adquirido las herramientas necesarias para manejar ese malestar.

En muchas ocasiones no podremos cambiar una situación.No tenemos el control sobre la pérdida inesperada de un ser querido, no podremos cambiar el maltrato o el abuso psíquico o físico que ya se ha producido, o cambiar el diagnóstico clínico de una enfermedad, o la sensación que nos supone el abandono afectivo, el fracaso, o el sentimiento que tiene una persona que un día, se montó en un tren y vió como su vida cambió , y en un solo segundo, de repente, como suelen pasar la mayoría de las cosas en la vida, pasó de ser un pasajero a una víctima del segundo mayor atentado terrorista cometido en Europa. En un solo instante, el 11 de Marzo, pasó a tener significado en la historia de la vida de esa persona, para siempre, se había convertido en un superviviente, quizás para muchos en un número dentro de una estadística, pero lo que es seguro es que ningún científico, ningún psicólogo o psiquiatra podría responderle a la pregunta, ¿por qué yo? ¿ por qué esto me sucede a mí?, y es toda esta gente, la que elige seguir, la que intenta buscar un sentido en su sufrimiento para moldearlo en un logro, las que convierten sus tragedias en un triunfo personal, son las que al final, acaban decidiendo “no abandonar el barco”. Si no podemos cambiar la situación, siempre tendremos la libertad de cambiar la actitud ante la misma.

Es importante establecer una diferenciación conceptual entre el concepto de actitud y aptitud .Entendemos la aptitud como aquella capacidad para desarrollar determinada actividad, es el carácter, el conjunto de condiciones de base o generales que predisponen a una persona de forma global.

Una actitud es “una tendencia psicológica que se expresa mediante la evaluación de una entidad u objeto concreta, con cierto grado de favorabilidad o desfavorabilidad.” (Eagly y Chaiken). Se trata de un estado interno de la persona, la manera de comportarse ante cierto hecho o situación. La actitud es una variable latente, y a ella subyacen procesos psicológicos (como el proceso de categorización) y fisiológicos. La actitud se manifiesta a través de una serie de respuestas observables, que se han agrupado en tres grandes categorías: cognitivas (la evaluación positiva o negativa de un objeto o un hecho se produce a través de pensamientos o ideas), afectivas (los sentimientos, los estados de ánimo, las emociones que se derivan de una determinada situación) y conductuales. Es necesario tomar consciencia de aquello que tenemos la capacidad de modificar, de la importancia que tienen las actitudes en el cambio personal. Es verdad que la vida a veces nos da un golpe, sin avisar, y es entonces cuando nos paramos a pensar, y nos damos cuenta de lo que es realmente importante y lo que no lo es. Empezamos a entender, “lo que de verdad importa”, porque la vida es muy simple, no fácil, pero simple. El cerebro racional está diseñado muchas veces para pensar en todos los problemas que poseemos, y nos olvidamos de valorar lo que sí que tenemos. Nos olvidamos de tener ilusión por las cosas, y si no tenemos ilusiones, tenemos que obligarnos a crearlas, porque, la mayoría de las veces, el entorno, no nos las va a colocar. Nos olvidamos de que no se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de disfrutar las ordinarias, nos olvidamos de que la mayoría de los placeres de la vida son gratis, y todo eso, es aptitud, y la capacidad que tiene el ser humano de tener la libertad de elegir la forma concreta de responder ante un hecho concreto determinado, independientemente de la situación vivida eso es actitud.

Viktor Emil Frank, fue un neurólogo y psiquiatra austriaco que sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis. En una de sus múltiples conferencias habló acerca de una carta que recibió de un estudiante de diecisiete años y que de alguna manera, refleja perfectamente la importancia de elegir uno y otro camino ante una situación determinada. Contaba así, que tras un accidente, mientras practicaba buceo deportivo sufrió una lesión en la que quedó paralítico del cuello hacia abajo, ante lo cual, escribió : “ me rompí el cuello, pero eso no me rompió a mí, en la actualidad estoy incapacitado y esta incapacidad permanecerá conmigo para siempre pero no abandonaré mis estudios porque quiero convertirme en psicólogo y por causa de esta incapacidad ayudar a otras personas”. Tres años después, este hombre fue invitado por el Doctor Viktor Frank, para dar una conferencia en el tercer congreso mundial de Logoterapia en la Universidad de Alemania. Viajó en avión, en su silla de ruedas, desde Textas, hasta Alemania, y encabezó su conferencia bajo el título “el desafiante poder del espíritu humano”. Este estudiante, tenía dos opciones, y decidió, luchar, seguir, y salir reforzado,alcanzando un estado de excelencia profesional y personal, decidió elegir, ser resiliente.

Viktor Frank, publicó “From Death-Camp to Existentialismen 1959 y “Man´s Search for Meaning” en 1962, en el que relató sus vivencias personales; la historia de un campo de concentración desde dentro. Empieza contando lo que ocurría cuando se hablaba de “traslados a otro campo”, aunque todos sabían que el destino era la cámara de gas. El sistema que caracteriza a la primera fase es el shock.1500 personas habían estado viajando varios días, en vagones de 80, solo con un respiradero, y creyendo que les conducían a una fábrica de municiones en donde deberían trabajar, hasta que alguien ve por el ventanuco una señal, Auschwitz. En suma el horror, un horror al que paso a paso los prisioneros se fueron acostumbrando, por difícil que tal hecho pueda parecer. La primera selección -si te ponían en la fila de la izquierda o en la de la derecha- significaba la muerte o los trabajos forzados, al menos la supervivencia. Era un veredicto sobre la existencia o la no existencia. El 90 por ciento fue ejecutado en las horas siguientes. Lo desesperado de la situación les hacía pensar a la mayoría en “lanzarse contra la alambrada”, el método de suicidio más popular. Pero algunos pensaban que no tenía ningún objeto suicidarse, ya que para todos los prisioneros las expectativas de vida consideradas objetivamente y aplicando el cálculo de probabilidades eran muy escasas. La segunda fase se caracteriza por la apatía, una especie de muerte emocional. La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a uno ya nunca le importaría nada, era el mecanismo de defensa necesario frente al dolor, la injusticia, la crueldad y la irracionalidad, frente a los golpes diarios, casi continuos. En el campo también había cierto sentido del humor, aunque fuera en su expresión más leve y solo durante unos escasos minutos. Pero esa capacidad de elección les hacía sentirse libres, le concedían un atributo humano. La experiencia de la vida en un campo demuestra que el hombre tiene capacidad de elección.  Incluso bajo las circunstancias más difíciles puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad. O bien puede olvidar su dignidad humana y convertirse en poco más que un animal. Muchas veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil la que da al hombre la oportunidad de crecer más allá de sí mismo. El prisionero que perdía la fe en el futuro estaba condenado, se abandonaba, decaía y se convertía en sujeto del aniquilamiento físico y mental. “A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino”. (Frankl, 1946).

No podemos obviar que el concepto de resiliencia está íntimamente vinculado al de desesperanza aprendida, Richard Morris, profesor de Neurociencia de la Universidad de Edimburgo, interesado en la memoria de los roedores, llevó a cabo en su laboratorio un experimento que constaba de dos pruebas consecutivas.

Previamente había escogido al azar dos docenas de conejillos de Indias o “cobayas”. En la primera prueba introdujo a la mitad en un estanque de agua enturbiada con un poco de leche, para que no vieran unos cuantos montículos que había colocado en el fondo.

Estas eran las cobayas “con suerte”, porque mientras braceaban para flotar se podían apoyar y descansar temporalmente en los promontorios ocultos en el fondo del estanque, antes de proseguir su marcha en busca de una salida.

A la otra docena de cobayas las metió en un estanque similar pero sin los montículos. Estos conejillos “desafortunados” no tenían más remedio que nadar sin descanso para no ahogarse.

Después de un buen rato, Morris sacó a todos los exhaustos animalitos del agua para que se recuperaran. Y después les hizo la segunda prueba: El investigador echó a las 24 cobayas en el estanque que no tenía montículos en el fondo.

Mientras las cobayas del grupo “con suerte”, a las que en el primer experimento les había tocado el estanque con montículos para apoyarse, nadaban a un ritmo tranquilo, al grupo de cobayas “desafortunados” chapoteaba desesperadamente sin rumbo.

Justo antes de ahogarse, Morris las rescató una a una y los devolvió a sus jaulas, extenuados y probablemente sorprendidos de estar vivos. Cuando el investigador calculó los minutos que las cobayas se habían mantenido a flote, descubrió que las cobayas “con suerte” habían nadado más del doble del tiempo que los “desafortunados”. Su conclusión fue que los cobayas “con suerte” nadaron más tranquilos y durante más tiempo porque recordaban los invisibles montículos salvadores de la primera prueba, lo que las motivaba a buscarlos con la “esperanza” de encontrarlos.

Por el contrario, las cobayas que durante la primera prueba no habían encontrado apoyo alguno, tenían menos motivación para nadar y hasta para sobrevivir. Esto experimento demuestra, la capacidad de entrenamiento, de al menos, parte de los fundamentos de la resiliencia.

El sentimiento persistente de indefensión en situaciones de adversidad socava la esperanza, ensombrece la perspectiva de la vida y daña el optimismo de la vida. Y para el que no siente esperanza no es posible que vea las oportunidades y posibilidades de cambio, aunque las tenga enfrente”. (La Fuerza del Optimismo, Luis Rojas Marcos).

Es así, como las personas resilientes quedan definidas como aquellas con un sentido de autoestima fuerte, y flexible, con habilidades para dar y recibir en las relaciones con los demás, dispuestos de una mente abierta, receptiva a nuevas ideas, con gran tolerancia al sufrimiento y un fuerte sentido del humor. Interpretan las experiencias personales con un gran sentido de esperanza con capacidad de afrontamiento y en la mayoría de las ocasiones con un fuerte apoyo social. Son aquellas personas que siguen creyendo que sus actos pueden influir en lo que se sucede a su alrededor y que ante todo, podemos aprender de nuestras experiencias, sean estas positivas o negativas. Muchos de estos aspectos son educables, y no debemos de olvidarnos de que pueden ser educados o entrenados. Otro hecho destacable, que pudiera ser objeto de otro artículo es , como las creencias, las religiones, pueden llegar a mejorar la capacidad de resiliencia, al ayudarnos a mejorar las relaciones con los demás, a buscar ese sentido de esperanza del que hablamos ,mejorar nuestra capacidad de afrontamiento ante los acontecimientos o encontrar, de alguna manera, ese nuevo sentido a la vida. Si queremos una sociedad mas resiliente, con ciudadanos más libres y flexibles, es necesario potenciar, estas habilidades en la fases de aprendizaje educacional.

Aquellas que siguen creyendo en sus propias capacidades, aquellas que deciden, aun sabiendo que han perdido el poder de poseer el control de los acontecimientos, toman una actitud que les hace más fuertes, aquellas que se dieron cuenta, de que el momento más importante es: “Cuando te das cuenta de que tú no eras el mar, sino barco disfrutas mucho mas de las olas, su espuma, su olor”. (Maria de Villota).

VIRGINIA VICENTE ROJO

PSICOLOGÍA EDUCATIVA en AMACO SALUD